Según datos de la Organización Mundial de la Salud, la contaminación atmosférica de las ciudades y zonas rurales provoca 4,2 millones de muertes prematuras cada año en todo el mundo. El 91 % de estas muertes se producen en países de bajos y medianos ingresos y el 92 % de la población mundial vive en áreas con niveles de contaminación ambiental que superan los límites establecidos por la propia OMS (Guías de calidad del aire de la OMS).
¿Qué es la contaminación ambiental?
La contaminación ambiental se define como la presencia de contaminantes en la atmósfera en proporciones que repercuten de forma negativa en la salud humana, en el medio ambiente y en el patrimonio cultural.
Las fuentes de contaminación del aire ambiental pueden ser naturales (biogénicas) o asociadas a la actividad del hombre (antropogénicas). Algunos ejemplos de las fuentes biogénicas son la actividad volcánica, los incendios forestales, las tormentas, huracanes, así como la acción de los animales (animales enfermos o muertos y procesos de descomposición).
Las fuentes antropogénicas derivadas de la actividad humana generan contaminantes en los procesos de generación de energía, sistemas de combustión, sistemas de transporte, gestión de residuos, trasformación de combustibles y procesos en la agricultura y ganadería.
Las directrices de la OMS sobre calidad de aire analizan aquellos contaminantes con más impacto y que se tratan específicamente en las:
- Partículas en suspensión (PM10 y PM 2,5) como los contaminantes más perjudiciales y que afectan a más personas, cuya exposición contribuye al desarrollo de enfermedades cardiovasculares y respiratorias, incluido el cáncer de pulmón.
- Ozono troposférico, potente irritante respiratorio que se forma por reacción con la luz solar de contaminantes como óxidos de nitrógeno, compuestos orgánicos volátiles, disolventes…
- Otros contaminantes como dióxido de nitrógeno, dióxido de azufre, óxidos de carbono (CO, CO2) y compuestos orgánicos volátiles (COV), entre los que destacan el benceno o el Benzo-A-pireno como cancerígenos.
Actualmente, existe una clara evidencia científica respecto al impacto de la contaminación ambiental (CA) en la salud, de forma que se considera la CA como un factor de riesgo para enfermedades no transmisibles a corto y a largo plazo, de forma específica para enfermedades respiratorias. Así mismo, la CA se constata como un factor de riesgo cardiovascular independiente y la International Agency for Research in Cancer (IARC) la clasifica como carcinógena para el ser humano (pulmón y vejiga).
Es importante destacar que afecta, sobre todo, a la población más vulnerable (niños pequeños, ancianos, enfermos crónicos e inmunodeprimidos).
Son múltiples los estudios que establecen una asociación entre la exposición a determinados contaminantes y el agravamiento o desarrollo de enfermedades respiratorias como EPOC o asma. La exposición a corto plazo a niveles altos de PM 2,5 y PM10 se asocia con un aumento de admisiones diarias de procesos isquémicos coronarios graves y su mortalidad.
Así mismo, en un estudio europeo con una muestra de casi 100.000 participantes, se detecta evidencia sugestiva de una asociación entre partículas finas e incidencia de eventos cerebrovasculares en Europa, incluso a concentraciones más bajas que las establecidas por valor límite de calidad del aire actual.
¿Estamos a tiempo de revertir este fenómeno?
Parece que sí. Se considera que la reducción media anual de las concentraciones de PM10 de 35ug/m3 a 10 ug/m3 reduciría el número de defunciones en un 15 %.
La OMS estima que el 12 % de las muertes en todo el mundo podrían evitarse mejorando la calidad del aire.
¿Cómo podemos hacerlo?
Desde los organismos internacionales y los diferentes países e instituciones hay que promover y establecer políticas que prioricen la calidad del aire, reduciendo las emisiones (a nivel industrial, disminuyendo la emisión de contaminantes, mejorando la gestión de los residuos e impulsando energías renovables y sostenibles).
¿Y a nivel individual, qué podemos hacer?
No fumar, reciclar a fin de optimizar recursos y reducir residuos, evitar el uso de plásticos y aerosoles, usar preferentemente el transporte público y desplazarse caminando o en medios más sostenibles y saludables (bicicleta).
Cuidemos nuestra salud. Se ha demostrado que los hábitos saludables nos hacen más resistentes a la enfermedad.
Seguir una alimentación saludable que siga las pautas de la dieta mediterránea, un adecuado nivel de actividad física y no fumar, puede prevenir el 80 % de las enfermedades cardiovasculares, el 90 % de las diabetes mellitus tipo 2 y el 30 % de los cánceres.
Respirar un aire puro es un requisito para la salud y un derecho como personas. Debemos tomar conciencia de que la contaminación del aire puede tener consecuencias graves para la salud. Seamos responsables.
Autora: Dra. Dulce Puget Bosch. Médico especialista en Medicina del Trabajo. Dirección de Asistencia Sanitaria de Asepeyo
Bibliografía
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